domingo, noviembre 22, 2009

Mr. Hamilton's Adventures

Segunda entrega de una serie de historias tituladas "Las Aventuras de Mr. Hamilton".
Inspirado en la realidad.

The Switcharoo

"Qué bueno que elegí un personaje tan fácil", se felicitaba Dave, ya completamente sumido en su ser inglés. Poco faltaba para merendar con té y bizcochos hablando de la inexistente lluvia, olvidando por un momento que Caracas no es Londres mientras practicaba su acento falso. Cosas curiosas, un venezolano pretendiendo ser un inglés que pretende saber español después de sólo 6 meses en Sudamérica.

Mientras más personas lo sabían, mejor era para Dave, porque el cuento parecía causar una risa colectiva, lo cual encendía la vocación histriónica de un motivado Mr. Hamilton. De repente, todo el mundo quería salir de farra con el pseudo-inglés que conseguía cervezas gratis por hablar feo.

Viendo esto, Lissa no quiso quedarse atrás. A mitad de Diciembre, una vez que estaba establecido que salir y engañar gente era la norma, cada vez la vergüenza era menor y había menos trapos que acabar. No había miedo de terminar con una botella de vino tinto barato en un lugar de dudosa procedencia donde para evitar la ley seca había que dar contraseña, pararse de cabeza y sobornar a un par de personas.

Ya adentro, el ambiente se prestaba para filmar una mala película moderna de vaqueros venezolanos: un pequeño televisor con una antena de 35 centímetros que transmitía (mal) un partido de béisbol en 'mute', difícilmente visible gracias al humo de cigarrillo que abundaba, mientras sonaba la canción de salsa brava más vieja y peor grabada de la historia de la música.

Tampoco podían faltar los dos borrachitos que, en la esquina del bar y después de gastar su última cerveza conservan las botellas y relatan historias de hace 20 años atrás. Borrachitos de película también: gordos, medio calvos, con un bigote y camisa gastados, como aporreados. Éstos serían ese día el blanco perfecto, sin Lissa y Dave estar conscientes de esto.

Los dos beodos, fascinados por la bellísima australiana sentada en una mesa cercana, junto al curioso chico vestido de colores chillones sentado a su lado, se acercaron con una mezcla de curiosidad y determinación, como un gato antes de atacar a su mueble preferido. La manera en la que la conversación se desarrolló es un poco oscura en la memoria de este narrador (mencioné el vino, ¿no?), aunque tuvo algo que ver que los dos fascinantes y coloridos personajes no estaban hablando español.

- "¿De dónde son? ¿No son de acá, verdad?"
- "No, soy de Inglaterra," soltó Mr. Hamilton hablando un horrible español, "y ella es..."
- "¡¡Soy venezolana!!", dijo Lissa con total descaro, contando con que entre el alcohol en su sangre y el alcohol en la sangre de esos dos ebrios la mentiría calaría.
- "¡Coño catira, creí que eran hermanos!" soltó el borracho bigotudo. Entre risas mudas y rutinarias, Dave y Lissa se miraron a los ojos y ese segundo valió más que mil palabras.

La noche se transformó, al igual que los papeles que ambos estaban acostumbrados a cumplir. Tan rápido como nació el personaje de David Hamilton, Lissa improvisó una escueta historia donde nació en Caracas, estudió en un colegio privado donde le enseñaron a hablar inglés, y estaba mostrándole las entrañas de la ciudad a su amiguito "gringo".

Mientras los folclóricos borrachos esbozaban palabras en inglés y alucinaban con las venezolanas historias de la "catira", el británico aguantaba la risa entre sorbo y sorbo de la convaleciente botella de vino, que después de muerta fue reemplazada, cortesía de los nuevos amigos que Lissa hizo. Lo tomaron como una recompensa por su excelsa habilidad de cuenta-cuentos. Y aunque no hubiese una historia particularmente interesante que contar, el hecho de ser distinto es suficiente excusa para mantener entretenidos a los idiotas. Lección de vida.

Una vez que el gallo cantó, y después de intercambiar números (evidentemente falsos), los cuatro tomaron rumbos distintos: los dos criollos se fueron dando tumbos en busca del metro más cercano para encontrarse a sus furiosas esposas, y los otros dos, un tanto menos criollos, reirían mientras comían empanadas y sumaban una historia más a la risible enciclopedia de mentiras que almacenaban.

El estado de ebriedad de los mencionados puede ser corroborado con una foto. No de ellos, sino de nosotros. ¿Cómo puede alguien creer que esto nació en Venezuela?


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