jueves, octubre 08, 2009

Panaderías de Davilonia.

Mi mundo ideal, Davilonia, es un lugar que cabe dentro de la imaginación de todo el mundo, porque al final todos queremos que el mundo sea más o menos de la misma manera. Son los detalles los que nos diferencian: el color de las camisas que la gente usaría, qué ponen en tu plato cada vez que el reloj da la 1pm y tal vez el precio de uno que otro aparato.

Detalles más, detalles menos. Pero detalles al fin.

A mí me parece que hay cosas que jamás deberían cambiar, pero cambian por antojos de este nuevo mundo. Menudeces, como las panaderías.

Las panaderías de ahora son hechas de piso de mármol, tienen un sistema de tableta electrónica para cuantificar las ventas, tienen aire acondicionado, puertas automáticas y televisores de pantalla plana. Te las entiendes con la computadora y cuando quieres un cafecito te ofrecen Splenda en vez de azúcar para que no engordes. El sueño húmedo de los Blackberry con patas y corbata que se multiplican a pasos agigantados, ¿no?

De un momento a otro a las abuelitas no les alcanza para comprarle un dulcito a sus nietos porque todos son importados de Suiza, hechos por un señor de apellidos Ferrero y Rocher. ¿Se imagina usted eso? Cada vez que hablo o escribo sobre abuelitas y lo maltratadas que son me dan ganas de llorar.

Las panaderías que yo quisiera son lugares sencillos y humildes donde se hace (y se hace bien) lo que el nombre del lugar sugiere: vender pan.

Afuera tienen un mostrador con 5 ó 6 tortas bien bonitas: dos de chocolate (para quien olvidó el aniversario con su pareja), dos de fresa (para los conquistadores que quieren quedar bien) y dos con motivos de comiquitas, para la sana juventud que come torta de Mickey o Dragon Ball (en mi mundo ideal siempre pasan Dragon Ball por Televén a las 5pm).

Al entrar puedes ver que hay dos cajas: una a tu izquierda y otra a tu derecha. En una está el dueño del local, un gordito que trata a los clientes por su primer nombre y toma mucho café y en la otra caja está una empleada mitad resignada, mitad molesta porque la pusieron a trabajar caja y ella quería hacer el café para hablar con el primer hombre guapo que quiera un con leche pequeño. Hasta en los mundos perfectos hay sacrificios que se deben hacer.

Habría tres zonas primordiales: la zona del café y empanadas (son dos zonas pero son vecinas) y la zona del pan/dulces. Vamos a dejar a los charcuteros fuera de este peo.

La zona del café y empanadas es primordialmente un estridente twitter dentro de una panadería. La gente expresa lo que siente y todo el mundo escucha atento y se pone las pilas para intervenir.

Es uno de los lugares donde no te quieren por tu color de piel, de camisa o de cabello, no importa cuanta plata tienes en el bolsillo y todo lo que importa es que estás ahí y tienes un tono de voz.

Todo esto interrumpido por los esporádicos gritos: "UNA DE POLLO AHÍ PANITA", "DAME UN MARRÓN, ESTOY ES MAMAO". Eventualmente llega un señor con un periódico deportivo y se roba la atención de todos.

Por otro lado, la zona de los panes y los dulces es el recinto sagrado de las desempleadas, abuelitas y chismosas que salen del colegio/trabajo temprano. Nunca hay una mesa libre, en cada una hay 3 personas que nacieron en la misma década y sólo entre ellas se entienden.

Por supuesto, si están sentadas, eso indica que están tomando algo (se pasa más el tiempo tomando que comiendo, además el dulce engorda y las chicas lo saben), por esto las dos zonas se cruzan así sea sólo por segundos.

La caja registradora es manual y las sonrisas son gratis y una costumbre. Resulta que no toda la globalización y modernización es buena, ¿no? Hay cosas que nacieron para perdurar. Lástima que lo olvidemos.

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